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Las alas del chico robótico José Ernesto García, volando hacia los sueños más allá de los límites

Un sueño que desafía la adversidad, la invitación que cambiará su vida para siempre

Foto captura Tik Tok de José

José Ernesto García, un muchacho de apenas 21 años, vio la luz por primera vez en el pequeño rincón de Yacuiba, departamento de Tarija. Pero la vida, caprichosa y despiadada como es, no tardó en cobrarle una factura inesperada. Cuando aún llevaba en sus hombros la mochila del colegio, perdió a su padre en un fatídico accidente de moto. Aquel golpe cruel trastocó su existencia por completo, convirtiendo su camino en una cuesta empinada.

El mayor de tres hermanos, José Ernesto vio cómo su madre, valiente y luchadora, se convertía en el sostén de la familia con su trabajo en el mercado de Villa Montes. A pesar de ello, los días se hicieron más oscuros y el joven sintió el peso de la realidad en cada fibra de su ser. Su padre, al que amaba de manera incondicional, había partido sin previo aviso, dejando un hueco imborrable en su corazón.

Fue entonces cuando José Ernesto, en un intento desesperado de escapar de la tristeza que lo envolvía, encontró refugio en el arte de la robótica. Diseñaba piezas ingeniosas con materiales reciclados, buscando en cada uno de sus inventos una vía de escape hacia un mundo distinto, alejado de la crudeza que le había tocado vivir. Sin embargo, el peso de la realidad no se desvaneció por completo.

Obligado a buscar un refugio, José Ernesto encontró en la calidez de la casa de su abuelita y sus tíos, en la acogedora Yacuiba, un lugar donde podía dar rienda suelta a su pasión. Allí, entre las sombras del desamparo, continuó su labor, creando piezas de mecatrónica y robótica con destreza y habilidad. Fue en medio de esta lucha constante cuando recibió una invitación que cambiaría su vida para siempre: el Campamento Espacial Misión Marte 2023, un encuentro sin igual que tendría lugar en la lejana Jalisco, México el 10 de julio.

Mientras José Ernesto se prepara para su viaje, su madre, Noemí Flores, se encuentra en Villa Montes lidiando con su propia batalla. Su salud se ha debilitado tras someterse a una cirugía, dejándola en un estado delicado. Con tristeza en sus ojos cansados, Noemí no pudo despedir a su hijo antes de su partida. La responsabilidad recae ahora en la joven hermana de José Ernesto, de apenas 12 años, quien debe cargar con el peso de la escasez de recursos y las preocupaciones familiares. A pesar de las dificultades, la madre de José Ernesto se llena de alegría al saber que su hijo ha sido invitado a tan magnífico evento, aunque su propia salud le impide acompañarlo en este viaje lleno de incertidumbres.

La madre de José, vendía ropa interior en el mercado campesino de Villa Montes, y tubo que cerrar por deudas de alquiler, porque hubo días en que solo ganaba Bs. 20 y en algunas ocasiones soportaban semanas sin vender nada.

Con la fe puesta y con asombro, admiración en sus ojos, José Ernesto aceptó el desafío de convertirse en el único representante de Sudamérica en tan insigne evento y es boliviano. El campamento abarcaría una amplia gama de temáticas relacionadas con su amada robótica: diseño, programación, divulgación científica, entrenamiento físico y psicológico, mecatrónica y electrónica, desarrollo de prototipos y cohetes, y mucho más. Era como si un viento nuevo soplara en sus velas, impulsándolo hacia horizontes desconocidos.

El joven se preparó para el viaje, con fe en el futuro y el corazón lleno de esperanza. Pero antes de partir, debía enfrentarse a los trámites burocráticos en la ciudad de La Paz, con la fe cargada en el hombro.

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